El Carnaval una fiesta del ciclo anual que precede a la Cuaresma en los países de tradición cristiana, se trata de una festividad móvil no religiosa, que suele celebrarse durante el mes de febrero.
El carnaval es, en los países cristianos, un período marcado por la exaltación de lo festivo, de lo mundano y de lo carnal.
Muchas han sido las propuestas etimológicas que han intentado explicar esta palabra. Así, el gran lingüista del romanticismo germánico, Friedrich Diez, la consideraba derivada de la perífrasis
currus navalis, basándose en documentación latina que indicaba que cada 5 de marzo tenía lugar en el Imperio romano una fiesta en honor de Isis centrada tanto en una especie de comitiva de personas disfrazadas como en la aparición y celebración de un barco. Aunque es cierto que en determinadas áreas de Italia, de Alemania o de España (por ejemplo, en el pueblo de Reus, en Tarragona), se han descrito fiestas carnavalescas en que se utilizaban carros en forma de barco, esta propuesta etimológica quedó bastante en desuso desde los inicios del siglo XX.
Es muy probable que la palabra española "carnaval" sea un italianismo introducido a finales de la Edad Media, como adaptación de voces del tipo de "carnevale", "carnovale" o "carnelevare". En aquel período, las voces más habituales eran "carnestolendas" y "antruejo". También lo era "carnal", relativamente utilizada entre los siglos XIV y XVI, desde la época del Arcipreste de Hita hasta la de Covarrubias, pasando por las de Fray Hernando de Talavera y Juan del Enzina.
En realidad, la palabra "carnaval" solamente comenzó a ser habitual en la España del siglo XVII. Góngora fue uno de los primeros que la utilizó de modo recurrente, igual que harían, en el siglo XVIII, José de Cadalso y Gaspar Melchor de Jovellanos.
El hecho de que precede inmediatamente a una fiesta móvil cristiana como es la Cuaresma obliga a que el carnaval se celebre cada año en fechas diferentes, aunque coincidentes por lo general con el mes de febrero.
La fecha de finalización del carnaval, por el contrario, sí ha sido siempre muy clara: el carnaval concluye en la noche del martes de Carnaval, para dar paso al Miércoles de Ceniza en que se inaugura oficialmente la Cuaresma.
Sobre los orígenes y la historia del Carnaval, son cuestiones que han atraído la atención de historiadores y antropólogos, desde muy antiguo.
Por lo general, se suele aceptar que muchos ritos carnavalescos modernos, documentados en lugares muy dispersos del mundo, muestran parecidos muy estrechos con los que, en la antigua Roma, se asociaban a las "kalendae" de Jano, que tenían lugar el 9 de enero, y, sobre todo, a las "kalendae Ianuariae", que se celebraban el 1 de enero. Sobre todo en esta última fiesta, era común la exhibición de comparsas de hombres disfrazados que hacían burla de todo tipo de instituciones y personas. Sus andanzas son bien conocidas, porque fueron descritas, para ser refutadas y censuradas, por muchos escritores moralistas de la época, sobre todo cristianos. El propio Tertuliano, en el siglo III, lamentó amargamente que hasta los cristianos se implicasen en este tipo de rituales, y Asterio de Amascea llegó a quejarse de que los hombres, e incluso los soldados, se disfrazasen de mujer. Este autor citó, además, el disfraz de hilandera como uno de los más utilizados, lo que tiene el interés de que coincide con uno de los personajes más arraigados de las mascaradas carnavalescas modernas de toda Europa. Particularmente parecida a algunos rituales carnavalescos modernos fue una modalidad festiva asociada a estas "kalendae", que consistía en que hombres desnudos, y disfrazados sólo con pieles de ciervo o de ternera, salían por el pueblo o ciudad acosando sexualmente a las mujeres. Esta práctica, que fue agriamente censurada y prohibida por muchos concilios y disposiciones legales, tiene también un cierto parecido con algunas prácticas carnavalescas modernas, en que los hombres enmascarados se dedican a perseguir a las mujeres jóvenes, y en que los disfraces facilitan los intercambios sexuales libres.
Parece, en cualquier caso, que el carnaval occidental moderno no sólo está relacionado ideológica y ritualmente con las "kalendae Ianuariae" romanas, porque tiene puntos de contacto evidentes con otras celebraciones festivas de invierno muy bien documentadas en la época del Imperio. Concretamente con las Saturnales, con las Lupercales y con las Matronalia.
Las Saturnales eran una fiesta que los romanos celebraban cada 17 de diciembre. En ellas se elegía, normalmente por sorteo, una especie de rey de los jóvenes que ejercía su autoridad aquel día sobre sus compañeros. Y se practicaban otros ritos de inversión, como el de que los siervos se equiparasen aquel día con los amos, etc. Estas celebraciones están estrechamente relacionadas con muchas que se han documentado en todo Occidente asociadas a las celebraciones del invierno, y especialmente a las carnavalescas. En la Europa medieval era común, por ejemplo, que niños y jóvenes eligiesen por un día a un "rey de la faba" que gobernaba ese día sobre los demás. A veces, la elección se realizaba de un modo curioso: el agraciado era quien encontraba, dentro de un pastel cocido, un haba o algún otro objeto especial (ecos de este ritual quedan en la tradición española del "roscón de Reyes", en que quien encuentre el objeto especial se verá agraciado ese año con la suerte, aunque también deberá pagar otro roscón). En otras ocasiones, la elección se realizaba mediante naipes, o por designación directa del rey o autoridad máxima. Los favores y agasajos (a veces incluso en forma de pensión vitalicia) que recibía el agraciado solían ser tan grandes que su elección podía dar lugar a desórdenes, como los que hicieron que esta celebración, muy bien documentada desde la Edad Media, se prohibiese en Navarra en 1761. Es bien sabido que el célebre poeta Alfonso Álvarez de Villasandino aspiró en varias ocasiones a lo largo de su vida a convertirse en "rey de la faba" para poder superar sus problemas de subsistencia. En la fiesta de San Nicolás (6 de diciembre) ha sido común hasta hoy mismo en algunos lugares del norte de España que un niño fuese investido como autoridad y disfrazado como el Santo, y que dirigiese ese día a sus compañeros en diversas actividades de cuestación que les permitían comprar un gallo y acabar sacrificándolo ritualmente. Los niños cantores de iglesia han celebrado tradicionalmente este tipo de fiesta en la fecha de los Santos Inocentes (28 de diciembre). Todavía hoy, en el monasterio de Montserrat (Barcelona) se sigue celebrando cada año la elección y autoridad por un día del "bisbetó". Y, además, se ha documentado la existencia de "reyes de Navidad", "reyes" y "alcaldes de Inocentes", "reyes de porqueros" (como los que se elegían en Madrid cada 17 de enero, día de San Antón) y "de pastores" en muchos otros lugares y momentos de la historia de Occidente. En España, otras autoridades burlescas de este tipo han sido el "mazarrón" que se elegía la noche de Navidad en Villanueva de Carazo (Burgos), el "zancarrón" de Montamarta (Zamora), el alcalde burlesco de Torralba (Castellón), o todo el ayuntamiento burlesco que se elegía en Romanillos de Medinaceli (Soria).
Otra de las fiestas de la antigüedad clásica con la que muchos historiadores han relacionado el carnaval es la de las Lupercales, que tenía lugar cada 15 de febrero. Sus actos centrales consistían en que, después de un sacrificio de cabras, dos jóvenes medio desnudos, ungidos con la sangre de las victimas y cubiertos sólo con unas pieles, corrían por la ciudad y azotaban con una vara o cuerda a la gente, especialmente a las mujeres jóvenes. Ese acto era interpretado como una donación sexual y como una garantía de fecundidad para esas mujeres a lo largo de ese año. Este tipo de rito cuenta también con claros paralelos en los carnavales folclóricos modernos de muchos pueblos, en que hombres disfrazados corren entre el pueblo, persiguiendo y azotando con una vara o cuerda a las mujeres, en clara remembranza del acto sexual. Desde las botargas de Guadalajara hasta los zaparrastros de Aller (Asturias), pasando por los "murrieiros", "choqueiros", "charrúas" o "irrios" gallegos, cuyas actividades describió Fermín Bouza-Brey, tienen ésta entre sus funciones principales.
Otra fiesta de la antigüedad clásica que presenta evidentes paralelismos con los carnavales modernos son las Matronalia, que festejaban los romanos cada 15 de marzo. En ellas, los esposos solían hacer regalos a sus mujeres, las esclavas eran manumitidas por un día, y, en general, el poder femenino era realzado durante toda la jornada. Resultan claras las coincidencias con muchos ritos carnavalescos modernos en que se establece la autoridad de las mujeres del pueblo durante un día. Muy célebre es el caso del pueblo segoviano de Zamarramala, donde, cada 5 de febrero, festividad de Santa Águeda, las mujeres se constituyen en Ayuntamiento, eligen una alcaldesa e imponen su autoridad sobre los hombres. En muchos otros pueblos de España (como por ejemplo en los riojanos de Uruñuela, Robres del Castillo o Agoncillo) existen celebraciones parecidas.
En cualquier caso, no sólo las fiestas de la antigüedad clásica muestran paralelismos con los carnavales modernos de Occidente. El hecho de que muchas mascaradas que tienen lugar en el invierno entre los pueblos bereberes del norte de África presenten relaciones estrechísimas con las mascaradas carnavalescas europeas; o el que los judíos celebren, también en el invierno, la alegre festividad de Purim, en que el disfraz, el juego, la bebida y la inversión de valores son los protagonistas, sugiere relaciones y vínculos multidireccionales muy complejos y profundos.
En general, puede decirse que el carnaval occidental moderno debió de configurarse en formas muy parecidas a las que hoy conocemos en la Edad Media. Son innumerables los documentos que lo describen a lo largo y ancho de toda la Europa medieval, e innegable la importancia que su celebración y significación tenía en aquella sociedad. A partir sobre todo del Renacimiento, los intentos de regulación y de prohibición que sufrió fueron continuos. Así, en la España de 1523, Carlos I prohibió que los hombres se enmascarasen; y, a lo largo de todo ese siglo y del siguiente, los alcaldes de Madrid prohibieron muchos de los actos que se le asociaban, como los de lanzar agua con jeringas a los viandantes, etc.
En el siglo XVIII, el carnaval se vio inmerso en un proceso de aceptación por las cortes y las ciudades europeas, que llevó a su refinamiento y estilización. Por ejemplo, el uso de máscaras se integró en el molde de los "bailes de máscaras" cortesanos. El carnaval de Venecia sigue siendo una de las fiestas más refinadas y elegantes del mundo, muy alejado de otros mucho más espontáneos y ruidosos, como las también celebérrimos de Río de Janeiro (Brasil). Pero puede decirse que, en general, el carnaval ha seguido siendo siempre una fiesta eminentemente popular, en que sobre todo las clases humildes y los jóvenes se enfrentaban temporalmente e intentaban subvertir un orden social muy oneroso para ellos. Ello explica que sus intentos de regulación y de prohibición no hayan cesado hasta el mismo siglo XX, como ilustra el hecho de que, durante la dictadura (1939-1975) de Francisco Franco, la celebración de los carnavales estuviese prohibida en toda España, donde, sin embargo, volvió a resurgir tras aquel período con enorme vitalidad.
La importancia del carnaval como fenómeno cultural ha quedado reflejado en innumerables obras artísticas de muchas épocas y países. Desde el Libro de buen amor de Juan Ruiz, o las piezas de teatro carnavalesco de Juan del Enzina hasta el Gargantúa y Pantagruel de Rabelais, las descripciones del Carnaval romano de Goethe, o las del carnaval madrileño de Mesonero Romanos, pasando por las pinturas de Brueghel, Pietro Longhi o Goya, y por piezas musicales de Héctor Berlioz (Obertura del Carnaval Romano), Robert Schumann (Carnaval), Anton Dvorak (Obertura Carnaval) o Giuseppe Verdi (Un ballo in maschera).
Fuentes: historiadelasmascarasycaretas / espanolesinfrontera /